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En este artículo, compartimos esta interesante entrevista a Marco Sassòli publicada el 17 de octubre de 2023 en “The New Humanitarian”, profesor y destacado experto en derecho internacional de la Universidad de Ginebra, Suiza, sobre las violaciones del Derecho Internacional Humanitario (DIH) y el Derecho Público Internacional en el reciente conflicto entre Israel y Hamás. En este artículo, el profesor Sassòli presenta ejemplos de las distintas violaciones tanto del DIH como del Derecho Internacional perpetradas por ambas partes.
Para abordar el reciente conflicto entre Israel y Hamás es importante contextualizar este último recrudecimiento de las hostilidades en el marco de una potencia ocupante, Israel, que ha asumido el control de un territorio previamente habitado por una población palestina legítima. Analizar este conflicto no es nada fácil ni es nuestra pretensión hacerlo aquí, pues nos falta conocimiento para hacerlo con rigor. Pero sí podemos manifestar que creemos firmemente que el DIH debe respetarse en todo momento, independientemente de los actores implicados en el conflicto. Y argumentar esto no significa tomar partido, sólo denunciar las violaciones del derecho.
La situación de estos días, con una población palestina siendo duramente
castigada por unos actos abominables llevados a cabo por unos pocos, nos ha
llevado a recuperar un escrito que un miembro de nuestro equipo redactó hace doce
años durante su visita a los territorios palestinos ocupados, en un puesto de
control entre Israel y los territorios ocupados.
“Es tarde, hora de terminar la jornada, hora de volver a casa. El día ha sido largo, con mucha actividad en el trabajo y hay ganas de llegar a casa para ver a sus hijos y su marido.
Ella se pone a la cola, como todo el mundo, y espera que desde el control abran
la puerta para poder entrar. El color gris domina el espacio y le da un tono
entre triste y violento. Aquel punto de control se ha convertido en el paso
previo para ver a los suyos, a la gente que ama... y cada día, allí inmóvil
esperando su turno, los recuerda con emoción.
Se coloca en la segunda fila, la que le tiene que permitir ir a su encuentro.
La mayoría de los integrantes de la cola son hombres; la mayoría, por no decir
todos, desconocidos. Las sonrisas y las bromas entre la gente ayudan a hacer
más pasajera la espera.
Poco a poco, desde el control, van activando la puerta y van pasando en grupos
de cuatro. Una especie de puerta metálica giratoria, una cinta transportadora
donde colocar las pertenencias para que sean escaneadas y un arco detector de
metales por donde tendrá que pasar son los elementos que la esperan unos metros
más allá.
Una vez depositadas las pertenencias, aguarda para pasar bajo el arco. Mientras atiende su turno observa cómo, al otro lado de la valla metálica, todavía esperando su turno, un chico de cabello corto y ojos grandes la mira con curiosidad, y le sonríe. Ella le devuelve el gentil gesto con una pequeña y tímida sonrisa.
Es su turno, pasa por debajo el arco y después muestra su documentación al personal del punto de control. Una chica, más joven que ella, examina el documento a través del cristal blindado. Después de observarla tanto a ella como el documento, la vigilante consulta con un compañero. Pasan unos segundos... unos segundos en los cuales ella solo piensa en las ganas que siente de abrazar a sus hijos, de sentir la calidez de su piel en sus manos. De repente, por el altavoz, la voz profunda y potente del vigilante le dice que no: que no puede entrar. Ella se desespera. Quiere abrazar a sus hijos. Quiere volver a casa, simplemente.
Pregunta los motivos, dice que pasa por allí cada día, que solo quiere ir a casa, pero la respuesta sigue siendo negativa. Ella grita. Y una voz femenina, otra vez la vigilante, le pregunta si entiende su idioma. Medio llorosa, le responde que sí, y la vigilante le confirma que no puede entrar, que dé media vuelta, y regrese por dónde ha venido.
El resto de la cola la mira expectante con una
mezcla de indignación y rabia, pero a la vez con ganas de decirle que espabile,
que ellos también tienen hijos a quien abrazar y que también quieren volver a
casa; y que todo el tiempo que ella pierde reclamando en vano es un tiempo que ellos tienen que perder esperando,
haciendo cola.
Ella recoge sus pertenencias, se coloca ante la puerta metálica corredera por
la que hace apenas pocos minutos había entrado, y la cruza para volver al lugar
de donde venía.
Andando, pasa por el lado de la cola, no mira hacia atrás. Sigue adelante y no
ve como las lágrimas de dolor, de indignación, de rabia, de tristeza, se
escurren por la mejilla del chico joven que hace unos minutos le estaba
sonriendo.
Lamentablemente, la situación presenciada y descrita por nuestro compañero hace doce años, retrata una situación todavía hoy vigente e igualmente indignante.